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“Pude palpar las grandes necesidades
que hay cerca de mí, cuanto hay para hacer y cuanto yo puedo hacer. Pude
recapacitar que yo pertenezco a los afortunados de este mundo y que como tal,
tengo la obligación de hacer algo por los que no lo son. La experiencia de
trabajo comunitario en el merendero Provida me dio mucho más de lo que yo
esperaba y de lo que yo di. Esos chicos, en su mayoría, endurecidos por las
circunstancias que les tocaron vivir, me dieron mucho cariño, a veces con
ternura espontanea, inocente, a veces escondida dentro de una corteza agresiva.
Que el que siempre tiene la razón, se queda con su razón solo. Que soy
querible a pesar de mis miserias. Que tengo que ser misericordiosa. Que con una
palabra o un gesto se puede hacer la diferencia en la vida de otro. Que tengo
amigos que son los hermanos de la vida, con los que puedo contar para lo que
sea y que pueden contar conmigo de la misma manera. Que el trabajo en equipo
hace más fácil y placentera cualquier tarea. Que yo pertenezco a los
afortunados de este mundo y que como tal, tengo la obligación de hacer algo por
los que no lo son. Que la manera de cambiar el mundo es empezar por cambiar uno
mismo para mejor y luego unirnos con los que pensamos y queremos lo mismo para
formar una mesa crítica que sea capaz de hacer una diferencia.
Cuando se tienen los objetivos claros, cuando se planifica, cuando se deja
de lado el ego y se abre el corazón todo sale “de diez”. Hubo momentos que
parecía que entre los compañeros nos comunicábamos por telepatía, tomando la
posta o realizando la tarea necesaria, como un gran coro de voces distintas y
que cuando se unen forman un acorde maravilloso. Y los chicos, ellos fueron
nuestros maestros, pues muchos tuvieron que endurecerse o crecer de golpe para
sobrevivir. También confirmé, gracias al taller de autoconocimiento, que el trabajo en equipo hace más fácil y
placentera cualquier tarea.
Gracias a mis compañeros y a la Fundación Corriente Cálida Humanística de Morón por permitirme vivir esta experiencia. Tengo todo y más
de lo necesario para ser feliz. Las trabas me las pongo yo y nadie más. Abrir
el corazón cuesta, pero vale la pena. Es lo único que nos mantiene vivos y nos
permite crecer. Me puede caer muchas veces, pero me puedo volver a levantar
otras tantas y volver a empezar.”
Experiencia
comunitaria a través del taller de autoconocimiento en Morón. Pcia. De Buenos Aires, a cargo
de Cristina Sanchez. Testimonio de Marcela Sanchez.